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lunes, 10 de mayo de 2010

La memoria genealógica como patrimonio de consolidación social. Vínculos parentales de la elite dirigente catamarqueña (1810-1910)

Marcelo Gershani Oviedo*

1. Palabras iniciales

Esta comunicación se desprende de una investigación mayor referida a la conformación del patriciado y de la elite en Catamarca (Argentina), cuyo marco cronológico se encuentra comprendido entre 1683, cuando se funda la ciudad de San Fernando de Catamarca, y las tres primeras décadas del pasado siglo XX.
En esta ocasión, pretendemos demostrar la importancia de la memoria genealógica como elemento de consolidación de la elite que rigió los destinos políticos de Catamarca entre la Revolución de Mayo (1810) y el Centenario de ese acontecimiento (1910).
Habían transcurrido más de tres décadas desde la Revolución de Mayo, cuando el miércoles 14 de agosto de 1844, Wenceslao Correa y Herrera, vecino del Valle Viejo(1), se presentó ante la autoridad eclesiástica para iniciar la información que le permitiría contraer matrimonio con Matilde Sosa y Valles.
En el acta que se labró, Correa manifestó que era pariente de su novia por "…estar ligadas todas las familias de la clase de mi pretendida con igual o más inmediato parentesco por descender de unos cuantos hombres primeros fundadores...”(2).
Wenceslao Correa, sin duda, conocía lo que afirmaba. Su tatarabuelo, el español José Ramón Correa de Silva, había participado de la fundación de San Fernando, en el Valle de Catamarca, en 1683 (Andrada de Bosch, 1983).
En cuanto a la ascendencia de su futura esposa, también la conocía perfectamente. Era nieta en el cuarto grado de Nicolás de Barros Sarmiento y de Domingo de Segura, que habían ocupado cargos en el primer cabildo de la ciudad.
Tenemos así que la memoria genealógica se manifiesta más de siglo y medio después de la fundación de la ciudad de Catamarca, cuando un descendiente de un vecino fundador explicitaba por escrito el sentido de pertenencia a un grupo social.

2. Marco teórico

El término “elite” es un vocablo que identifica a un conjunto reducido de personas que se destacan o sobresalen del resto de su comunidad. Es una minoría cualitativa y selecta que se destaca en el desarrollo de una actividad o función respecto al resto de la población. Desde el siglo XIX, el concepto de elite ha sido aplicado a los estratos sociales dominantes, los que, generalmente, tienen acceso a los más altos niveles del Estado o ejercen control sobre la estructura de clases del sistema social y lo manipulan en su beneficio (Sosa Miatello, Lorandi y Bunster, 1997; Cueto, 1998; Bertrand, 2000; Langue, 2000; de la Orden de Peracca, Gershani Oviedo, Roldán y Moreno, 2001; Herrera, 2007).
Dice Peter Waldmann (2007) que elite nunca fue un concepto neutro. Desde su creación, hacia fines del siglo XVIII, fue un concepto de fuerte carga política y emocional.
Los autores “realistas”, Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca y Robert Michels, defendieron la tesis de que, independientemente de la constitución formal de un país, en realidad siempre hay una minoría que tiene el poder y lo dirige.
A principios del siglo XIX ciertos círculos burgueses habían destacado que lo que faltaba era una elite de méritos y no una clase dirigente que legitimaba su posición privilegiada por razones de sangre o meritos militares de sus antepasados. Sin embargo, “los clásicos” insistieron en que la minoría que tiene las riendas del poder político en sus manos en cualquier sociedad debe su excelencia no sólo a capacidades y virtudes individuales, sino también a su procedencia social (Waldmann, 2007).
Por otro lado, se utilizará la noción de red social. Al respecto, dice Zacarías Moutoukias (2000) que "el interés por las redes sociales y los vínculos entre personas en los trabajos de historia es a la vez reciente y antiguo. Tomado de la antropología social de los años treinta, el análisis de redes fue utilizado en antropología, economía, sociología y más recientemente en historia".
Pérez García (2006) afirma por su parte que red social es un concepto “heredado de la Sociología y que sirve al historiador como herramienta de trabajo para reconstruir el conjunto de relaciones sociales que un individuo lleva a cabo a lo largo de su vida (…) los mencionados lazos y vínculos sociales están sustentados por la consanguinidad, el clientelismo, el parentesco ficticio, la alianza y la amistad”.
Una red familiar se articula a partir de un apellido. La familia nuclear del pariente mayor de dicho apellido es la célula a la cual se agregan los parientes consanguíneos y políticos, sean de la misma rama, o ramas del mismo tronco o bien de otras familias (Falleti, 1997).
El estudio de las familias de elite se ha realizado, además, a partir de la genealogía que nos ha permitido reconstruir linajes, analizar estrategias y alianzas, etc.
Elsa Andrada de Bosch (2004) afirmó que el objetivo fundamental de la genealogía “es el estudio de la familia y la determinación de filiaciones y alianzas”. Agregaba que ese estudio no se limita a las características individuales que en su mayor parte debe cada persona a la herencia, sino que se extiende al ambiente familiar y social con sus innegables influencias recíprocas y al momento histórico en que cada vida transcurrió.
La utilización de genealogías sociales nos permitió establecer las filiaciones y las relaciones parentales entre los integrantes del grupo social que estudiamos en el marco cronológico de un siglo. Los vínculos intragrupales establecidos formaron parte de un patrimonio casi exclusivo de ciertos estamentos sociales que muestran continuidades seculares.
Recalcamos la importancia de la inscripción de los grupos familiares en la larga duración (las tres generaciones de una familia), y el interés que cobran las "genealogías sociales" junto a la prosopografía para evaluar el funcionamiento de las solidaridades en el tiempo. Las genealogías sociales se presentan sobre todo como "uno de los fundamentos de la historia social, comparativa y cuantitativa" (Langue, 2000).
Tomamos un aspecto poco trabajado de esas familias y grupos: la memoria genealógica. La entendemos como una estrategia de construcción y de reproducción, y al mismo tiempo como un patrimonio familiar identitario y social, que se convierte en capital simbólico. Se tiene memoria del abolengo, como larga lista de antepasados, y de sus hechos político-militares, para sustentar y explicar los derroteros, evolución e historia de las familias, de los linajes, de los estamentos y de las peticiones de premios y mercedes reales en el tiempo colonial. Situación similar que también se vivió en los gobiernos republicanos.
Entendemos, y es uno de los objetivos de esta ponencia, que esa memoria genealógica forma parte del patrimonio, en primer lugar doméstico, privado y particular, de las familias; y luego del patrimonio de un grupo social más amplio.
Los vínculos intragrupales (parte también de ese patrimonio) establecidos por ciertos estamentos sociales, muestran continuidades seculares, advirtiéndose una consolidación social que benefició a sus integrantes.

3. Fuentes y Bibliografía

Es de destacar en primer lugar, que la mayor parte de la información genealógica utilizada en este trabajo corresponde a investigaciones llevadas a cabo desde hace varios años por el autor y que en gran medida se halla inédita (Gershani Oviedo, 2000, 2001, 2002a, 2002b, 2003, 2007, 2008, 2009, 2010).
El trabajo está basado en fuentes primarias y en un medido apoyo bibliográfico, ya que la especificidad del problema tratado y la particularidad de nuestro enfoque, no cuentan con antecedentes sino complementarios cuya utilidad hemos aprovechado oportunamente.
Las fuentes de las genealogías sociales son múltiples (eclesiásticas, demográficas, fiscales, militares, electorales, jurídicas etc.) y de todas ellas nos hemos servido: se utilizaron tanto listas nominativas (censos, padrones) como registros oficiales de hechos vitales, es decir los registros parroquiales (libros de bautismos, matrimonios, defunciones), que se encuentran en el Archivo Parroquial de la Catedral Basílica. Por otro lado se consultaron expedientes matrimoniales y libros parroquiales de Piedra Blanca, Ancasti y El Alto en el Archivo Diocesano del Obispado de Catamarca. Además, se indagó en protocolos y expedientes judiciales que se resguardan en el Archivo General de Indias, Archivo Nacional de Bolivia (Sucre) y Archivo General de la Nación y en los archivos históricos de Catamarca, Córdoba, Tucumán y Salta. El cruce de esta información nos permitió reconstruir las ascendencias de los grupos familiares vinculados al patriciado catamarqueño en el periodo pautado para su estudio.

4. Desde la fundación de la ciudad (1683) a Mayo (1810)

Desde la fundación de la ciudad de San Fernando hasta la época independiente, los cabildos estuvieron integrados por miembros de un sector dirigente conformado, en su mayoría, por descendientes de conquistadores y fundadores de ciudades. Eso lleva a Elsa Andrada de Bosch (2004) a afirmar que los cabildantes estuvieron vinculados, en muchos casos, por lazos de consanguinidad (parentesco sanguíneo) o afinidad (parentesco político).
Es lo que Félix Luna (1991) también plantea al decir que "en las ciudades del interior, desde la época colonial, los intereses políticos y económicos locales se expresaron muchas veces a través de determinadas familias, verdaderos clanes con sus patriarcas, sus activistas y sus clientelas".
Cuando en 1683, Fernando de Mendoza Mate de Luna eligió a los integrantes del primer cabildo de la ciudad de San Fernando de Catamarca, no sólo le estaba dando legalidad jurídica a la fundación que estaba concretando, sino que inauguraba un modo de ejercer el poder en Catamarca: los gobiernos de familia. Una realidad se imponía: casi la mitad de los integrantes de ese primer cabildo estaban emparentados entre ellos (Gershani Oviedo, 2009).
De esta manera, el nepotismo, que Botana (1986) define como "una relación entre lo público y lo privado en virtud de la cual el control del gobierno dependía de los vínculos de parentesco que entre sí tejían determinadas familias", se convirtió en una práctica presente en la historia política catamarqueña desde el periodo colonial. Esas redes familiares, en la mayoría de los casos, habían heredado importante capital material y simbólico de la época colonial, y lograron insertarse en el siglo XIX en la actividad pública.
En ese contexto, Cristina López (2003) afirma que el elemento más destacado para la pervivencia de estas redes estuvo constituido por las alianzas matrimoniales y la construcción de la memoria genealógica familiar. Esto permitía la reproducción biológica y social del grupo y la preservación del patrimonio familiar, situación que se convirtió en el sustrato de la legitimación ideológica que justificaba el dominio sobre el resto de la población. A ello se sumaron las relaciones personales de paisanaje, afinidad y clientelismo.
Esta realidad nepótica pervivió en todos los planteles de los cabildos desde la fundación de la ciudad hasta las primeras décadas del siglo XIX: los capitulares estaban emparentados entre ellos, formando intrincadas redes familiares.
Junto a las herencias y patrimonios materiales de las familias de este grupo social enraizado en la historia catamarqueña colonial, no debemos descuidar otro tipo de herencia inmaterial, de patrimonio intangible: los antepasados y sus méritos.
La consolidación social de un español (conquistador, fundador, poblador) estaba ligada muy fuertemente a los méritos propios en el proceso de la conquista, pero también a los de antepasados con los cuales le unía el parentesco por consaguinidad o afinidad.
La obtención de mercedes de tierras y de encomiendas de indios requería la calidad de beneméritos de la conquista, por acciones propias o de los antecesores; las alianzas matrimoniales otorgaban un plus a la dote de la mujer, que eran los méritos de sus antepasados que se unían a los del marido.
La consolidación de un status social venía ligado entonces al abolengo, a la larga lista de abuelos/antepasados y sus acciones (muchas de ellas guerreras), de los cuales se tenía recuerdo, memoria: esa memoria genealógica puede verse en las probanzas de méritos y memoriales levantados para obtener gracias del monarca.
A mediados del siglo XVIII, podemos acercarnos a la visión que se tenía del patriciado en el valle de Catamarca, a partir de una fuente emanada de las autoridades civil y eclesiástica lugareña, la Información Jurídica sobre la Historia de Nuestra Señora del Valle(3). Advertimos que de los 50 testigos que brindaron su testimonio en dicha Información, 16 fueron reconocidos por las autoridades como “hijos y descendientes de los primeros conquistadores y pobladores de esta ciudad y provincia”(4); “sujeto a quien ha ocupado esta ciudad en los principales oficios políticos y militares”(5).
De acuerdo a nuestras investigaciones, estamos en condiciones de establecer la vinculación y pertenencia al patriciado catamarqueño de, por lo menos, otros 14 testigos que se presentaron en 1764 y que no fueron reconocidos con esa situación especial(6).

5. La memoria genealógica durante una centuria (1810-1910)

Para la época de la creación del Virreinato del Río de la Plata solamente el 16% de la población total de la ciudad de Catamarca, era blanca. Sin embargo, dentro de ese porcentaje se encontraba una minoría que gobernaba, "manejaba el poder económico derivado de explotaciones agropecuarias que tenían origen en las mercedes y encomiendas conferidas a sus antepasados y también monopolizaban el prestigio social. Era el patriciado de la tierra..." (Bazán, 1995).
Y será esta minoría la que regirá los destinos de Catamarca hasta iniciado el siglo XIX, cuando los sucesos de mayo de 1810 ocurridos en Buenos Aires, alteraron la normal administración de la cosa pública por parte de nativos españoles y de criollos vinculados a la Corona.
En los primeros años de la Revolución se advierte el predominio en la cosa pública de los descendientes de los antiguos conquistadores y colonizadores del Tucumán. Los integrantes del cabildo catamarqueño surgieron siempre de esa minoría oligárquica. Cuando analizamos las actas capitulares de la época, donde figuran los miembros de la "parte principal y más sana del vecindario", notamos enseguida que son los mismos apellidos presentes en la historia del Tucumán colonial, muchos de los cuales todavía se conservan en nuestra sociedad: Herrera, Cubas, Castro, Segura, Olmos de Aguilera, Soria, Ahumada, Salas, de la Vega, Vera, Guzmán, Barrionuevo, Correa, entre otros.
Las familias dominantes formaron y crearon a través de los matrimonios entre sí extensos grupos de parentesco, lo que no significaba que no se generaran bandos rivales. Cada una de estas familias trataba de colocar a uno o más miembros en las altas esferas de poder (Lockhart, 1990).
Las nuevas autoridades surgidas en Mayo de 1810 en Buenos Aires invitaron a los pueblos del Interior a participar de las primeras deliberaciones. Esta invitación solicitaba a los cabildos la elección de un diputado. Se observa claramente que la representación es entregada a la ciudad de la tradición hispanocolonial, y dentro de ella a la "parte principal y más sana del vecindario" (Goldman, 1998).
Cuando en Catamarca se tuvo que elegir el diputado, esa parte principal y sana eligió a Francisco de Acuña, pero impedimentos legales imposibilitaron su juramento como diputado, pues no reunía los requisitos de ser americano de nacimiento y no tener empleo rentado por la Corona. Se hizo necesario, entonces, el llamado a un nuevo Cabildo Abierto para el 31 de agosto del mismo año, donde se consagró como representante por Catamarca el vecino José Antonio Olmos de Aguilera, luego de una reñida elección en la que superó por sólo ocho votos a uno de los hijos de Francisco de Acuña (Olmos, 1957; Bazán, 1996). Notamos que, a pocos meses de Mayo de 1810, los intereses de las redes familiares continúan vigentes en el seno de la clase gobernante.
El estudio de los parentescos existentes entre los miembros de los cabildos que se sucedieron luego de Mayo 1810, demuestra que esa fractura que significó la Revolución, no impidió que los mismos grupos familiares que detentaban el poder, hayan continuado aportando elemento humano para ocupar espacios significativos en la centuria siguiente (Gershani Oviedo, 2009).
En el análisis del período republicano, desde 1810 hasta 1910, observamos que se encontraban vinculados por lazos de parentesco con el patriciado criollo lugareño tanto los sucesivos gobernadores, como los que integraron la asamblea que declaró la autonomía provincial en 1821, o la legislatura provincial, las asambleas constituyentes, como así también el tribunal de justicia.
Advertimos que ahora es el apellido el que capitaliza todo, ya que se concentra en las personas que portan esos apellidos los méritos acumulados no sólo de la época hispánica, sino además de la republicana. La participación en las guerras de la independencia y civiles serán méritos nuevos, valederos, y consolidarán viejos blasones de familias y linajes coloniales.
Esto lo lleva a Félix Luna (1991) a afirmar que familias tradicionales orgullosas de su linaje y conscientes de las contribuciones que habían hecho a las guerras de la Independencia y las civiles, y que ahora se encontraban empobrecidas, consideraban un legitimo derecho a tomar el poder por cualquier medio, aferrarse a él, distribuirlo entre su clientela, asegurar sus resortes y disfrutarlo el mayor tiempo posible.
Si bien la prédica igualitaria de la Revolución de Mayo barrió con los privilegios monárquicos, el poder siguió siendo detentado por la parte más sana y principal, conocedora de su genealogía. El transcurso de casi dos siglos y medio desde la fundación, no lograrían borrar la memoria genealógica. Si bien para levantar información matrimonial se necesitaba conocer en detalle los grados de parentesco, esto es, saber a qué familia, linaje, y en definitiva, grupo social, se pertenecía por herencia, notamos el detalle con que se refleja en los documentos el conocimiento que de esa situación tenían los interesados(7).
Hasta qué punto las alianzas producidas por las uniones matrimoniales de antiguas familias con nuevos miembros de la sociedad significaba un espaldarazo para participar del poder, se observa en un ejemplo claro: si bien el elenco de gobernadores de Catamarca que ocuparon el poder entre la designación del primer gobernador luego de declarada la Autonomía (1821) hasta el Centenario de Mayo (Olmos, 1967; Bazán, 1996) se caracterizaba por descender, en su gran mayoría, del patriciado criollo, ubicamos el caso de José Silvano Daza, que asumió el gobierno de Catamarca en 1885. Daza figura registrado como negro en su partida matrimonial (Azurmendi de Blanco, 1997) y por líneas sanguíneas no se emparentaba con el grupo social que estudiamos. Sin embargo, un oportuno casamiento con Carmen de la Vega y Avellaneda, lo posicionó en el seno del patriciado(8), pues el matrimonio resultaba ser una de las vías más efectivas de acceso al mismo (Gershani Oviedo, 2009a).
Otro ejemplo de haber recibido por parte de sus antepasados una herencia significativa lo tenemos en el gobernador Julio Herrera, que logró capitalizar en su persona el prestigio heredado de sus antepasados, algunos de los cuales pertenecieron al grupo de los 54 vecinos que rubricaron el Acta de la Autonomía, en 1821. Entre los firmantes figuraban su abuelo Andrés de Herrera, sus tíos abuelos Gregorio y Pedro José Segura y Marcos José González, y su tío abuelo político Nicolás de Avellaneda y Tula, entre otros parientes (Gershani Oviedo, 2003).
La continuidad genealógica entre los vecinos fundadores de 1683 y los grupos que ejercieron el poder en Catamarca hasta la primera década del siglo XX queda manifiesta. Esta realidad indica que los integrantes de la elite dirigente que administró la cosa pública desde la fundación de Catamarca (1683), pasando por la Revolución de Mayo (1810), hasta el Centenario (1910), pertenecían al patriciado criollo, cuya célula inicial fue, a nuestro criterio, el plantel del primer cabildo, establecido por el fundador de la ciudad (Gershani Oviedo, 2009a).
Es de destacar que pocos años antes del Centenario, en 1906, un miembro de la elite que estudiamos, Manuel Soria, publicó un “nobiliario” compuesto por aquellas familias “que han servido durante varias generaciones a su patria” y a las que al autor, por esta condición, las caracteriza como “nobles”. Resulta interesante que Manuel Soria, que era descendiente directo de Juan de Soria Medrano, que ocupó cargo en el primer cabildo de San Fernando de Catamarca, en el siglo XVII, se propone a principios del siglo XX, recuperar la memoria genealógica de la “nobleza” catamarqueña, grupo al que pertenece su propia familia, los Soria Medrano(9).
Vemos otro ejemplo del interés de estas familias, entre fines del siglo XIX y principios del XX, por mantener la memoria genealógica sirviéndose de eruditos que escribieron opúsculos sobre sus historias familiares, tal como el folleto que el padre Antonio Larrouy escribe sobre los Herrera. En las primeras décadas del siglo XX, la familia Herrera recupera su genealogía gracias a la pluma de un prestigioso historiador. Se observa el interés de Julio Herrera, que había sido gobernador, legislador nacional y presidente de la Corte de Justicia de Catamarca, por el conocimiento de su historia familiar (Gershani Oviedo, 2009b).

6. Palabras finales

Tenemos entonces que desde la fundación de la ciudad de Catamarca la clase patricia dominó los espacios en el cabildo local. La elite dirigente, que manejó la cosa pública entre la fundación de la ciudad de Catamarca (1683) y la Revolución (1810), pertenecía al patriciado criollo lugareño y, en una actitud de apertura y a través del matrimonio, se incorporaron al grupo, en la segunda mitad del siglo XVIII, unos pocos comerciantes peninsulares, algunos de los cuales lograron amasar considerables fortunas.
Es de destacar que estos grupos familiares, que en la mayoría de los casos hunden sus raíces genealógicas en la fundación de la ciudad de San Fernando de Catamarca, han aportado varios gobernadores a la provincia, en el transcurso de los siglos XIX y XX, y hasta un presidente de la Nación, Nicolás Avellaneda, nieto del primer gobernador de Catamarca, Nicolás de Avellaneda y Tula, y sobrino nieto de Marcos José González, que participó del cabildo abierto de agosto de 1821, que declaró la Autonomía de la Provincia.
Quienes detentaban la actividad económica y el prestigio social perdurarán de manera personal o familiar en el poder político de nuestra provincia, formando intrincadas redes de parentescos consanguíneos o afines. En diferentes épocas (colonial, nacional o independiente) e instituciones (cabildo, legislatura, gobernación, congreso constituyente, convenciones constituyentes reformadoras), con distinto marco político (guerra civil, coaliciones, ligas) y jurisdiccional (provincial, regional o nacional) los grupos familiares de los Herrera, Navarro, Segura, Cubas, Acuña, entre otros, manejaron la cosa pública y los hilos del poder, en alianzas, o no, intra e inter familias.
Así como el gobierno y los puestos públicos eran cotos de algunas familias, patrimonio de la clase gobernante, así también la memoria genealógica era patrimonio de esas familias, que como las de la nobleza, al decir de Binayán (1999), eran quienes se preocupaban por cultivarla y mantenerla vigente
Al finalizar, coincidimos con el autor citado anteriormente cuando afirma que más allá de los vaivenes políticos vernáculos o mundiales, la familia es una entidad en sí misma, no divisible, proyectada desde el pasado, desarrollada en el presente (en cualquier momento que se elija) y proyectada otra vez hacia el futuro, que cultiva el recuerdo de un patrimonio heredado, una historia familiar, en síntesis, una memoria genealógica.

Notas

(1) A dos leguas de la ciudad de San Fernando de Catamarca.
(2) Archivo del Obispado de Catamarca (en adelante A.O.Ct.), Expedientes s/n, Informaciones matrimoniales, 1844 (el subrayado es nuestro).
(3) A.O.Ct. Información Jurídica sobre la Historia de Nuestra Señora del Valle (proyectada en 1761, y levantada en 1764) (en adelante I. J.)
(4)A.O.Ct., I. J., f. 24.
(5)A.O.Ct., I. J., f. 30.
(6)En casi todos los casos, esos mismos testigos identificados como descendientes de vecinos fundadores, conquistadores o pobladores, ocuparon cargos en el cabildo, lo que fortalece nuestra hipótesis de que quienes administraron el poder civil en Catamarca desde su fundación descendían del grupo fundador de la ciudad.
(7)Ya hicimos referencia al caso de Wenceslao Correa (A.O.Ct., Expedientes s/n, Informaciones matrimoniales, 1844). Un año antes de la Revolución de Mayo, en 1809, Mauricio Navarro y Segura inicia expediente para contraer matrimonio con Josefa Molina y Herrera, con quien se halla emparentado, ya que “todas las familias nobles y de honor se hallan emparentadas conmigo cuando no en este grado en otros más inmediatos, lo mismo que sucede con la pretendida por cuyo motivo puede quedar sin casarse” (A.O.Ct., Expedientes s/n, Informaciones matrimoniales, 1809). Un año después de la Revolución, en 1811, Bernabé Gómez y Espeche pretende casar con su pariente Francisca Antonia Molina y Barros, afirmando que “difícilmente podría casarme sin el beneficio de la dispensa, pues estoy emparentado con todas las familias nobles…” (A.O.Ct., Expedientes s/n, Informaciones matrimoniales, 1811, El Alto). Ellos fueron los padres del gobernador Crisanto Gómez, que accedió al poder en 1868.
(8)Resulta sugestivo comentar que el gobernador Daza era "franco y jovial con la plebe", pero "hermético, avinagrado y hosco con los primates de la alta sociedad, a quienes miraba con singular desconfianza" (Soria, 1996).
(9)En su “nobiliario”, Soria desarrolló la genealogía de medio centenar de familias (1906).

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Waldmann, Peter
2007. “Algunas observaciones y reflexiones críticas sobre el concepto de elite(s)”, en Birle, Hofmeister, Maihold y Potthast (eds.) Elites en América Latina. Bibliotheca Iberoamericana, Vervuert. España.

* El presente trabajo fue publicado originalmente con el título "La memoria genealógica como patrimonio de consolidación social. Vínculos parentales de la elite dirigente catamarqueña entre la Revolución y el Centenario (1810-1910)" en CD del V CONGRESO INTERNACIONAL PATRIMONIO CULTURAL 200 AÑOS DE HISTORIA COMPARTIDA, Centro Cultural Canadá Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 6 al 8 de mayo de 2010.

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