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martes, 18 de mayo de 2010

Vascos en Tucumán*

Celia Avellaneda de Ibarreche**

Los vascos llegaron a nuestra región con los primeros conquistadores y su presencia fue ininterrumpida predominando los vizcaínos y guipuzcoanos.
Ya en la primera entrada al Tucumán en el año 1542, al mando del capitán Diego de Rojas, formaron parte de la expedición los vascos Francisco Hurtado de Arroniz, Bautista de Berrio y Antonio Ruiz de Guevara.
Estuvieron entre los fundadores y primeros pobladores de la ciudad de San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión en el año 1565, en su primitivo asentamiento(1). Participaron como autoridades del primer Cabildo, siendo Juan Núñez de Guevara el Alcalde Ordinario de 2º voto y Antonio Berru uno de sus Regidores, ambos elegidos por el fundador de la ciudad el capitán Diego de Villarroel que lo hizo por mandato del conquistador Francisco de Aguirre.
Figuraron entre los primeros vecinos de la ciudad Juan Bautista Berrio y Juanes de Artaza.
A partir de entonces fue incesante su llegada, primero desde distintos lugares del Virreinato del Perú y luego desde Buenos Aires, cuando se creó el Virreinato del Río de la Plata. Se establecieron en gran cantidad en nuestra provincia en donde formaron familia y en donde aún viven sus descendientes.
En la época de la colonia española muchos Gobernadores del Tucumán fueron originarios del país vasco, entre ellos: el General Don Francisco Martínez de Leyba y Zúñiga (1600-1603), el Adelantado Don Juan Alonso de Vera y Zárate (1619-1627), Don Baltasar Pardo de Figueroa y Guevara (interino en 1643 y 1644), Marcos José de Garro (1674-1678) y Don Esteban de Urizar y Arespacochaga (1707-1724) excelente y honrado gobernante al que el rey confirmó en su cargo haciéndolo vitalicio. Durante su gobierno se pacificaron los indios mocovíes, la expedición estuvo al mando del General Don Antonio de Alurralde, hijodalgo nacido en Andoain, Guipúzcoa. Cuando terminó el período colonial los vascos siguieron en funciones de gobierno.
El más joven de los presidentes de la Nación Argentina fue el Dr. Nicolás Avellaneda, tucumano, cuyo antepasado el Capitán D. Simón de Abellaneda y Peñuecos nació en Beci, en las Encartaciones de Vizcaya y se estableció en San Miguel de Tucumán hacia 1680, cuando la ciudad estaba aún en el sitio de Ibatín.
Varios fueron gobernadores, intendentes, industriales azucareros, políticos, en fin prácticamente a todos ellos les fue muy bien en nuestra tierra.
Los gobernadores de origen vasco de nuestra provincia del período independiente fueron más de veinte. A título de ejemplo cito a: Benjamín, Bernabé y Diego Aráoz, Gregorio Aráoz de la Madrid, Eudoro, Marco y Roberto Avellaneda, Juan Bautista Bascary, Pedro de Garmendia, Clemente Zavaleta, Pedro José Salustiano Zavalía, etc. y también fueron intendentes, ministros, legisladores, integrantes de la Corte Suprema de Justicia de la provincia y numerosos sacerdotes.
Prácticamente toda la “buena sociedad” de la provincia tiene sangre de vascos españoles (Alurralde, Aráoz, Garmendia, Helguera, Zavaleta, Zavalía, etc.) y en menor medida de vascos franceses (Etchecopar, Duhart, D´Hiriart, Bascary, Fagalde, etc.).
Los tres grandes genearcas tucumanos D. José Manuel Silva, D. Manuel Paz y D. José Manuel Terán al casarse a principios del S. XIX con Da. Tomasa Zavaleta, Da. Dorotea Terán Alurralde y Da. Mercedes Alurralde respectivamente, todas descendientes de vascos, formaron familias numerosísimas.
A diferencia de los numerosos vascos que vinieron en gran cantidad a partir de fines del S. XIX que eran en su mayoría campesinos y se radicaron en la pampa húmeda argentina (provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba) dedicándose al campo y a la actividad lechera, los que vinieron a nuestra provincia llegaron antes, a mediados del Siglo XVIII, se dedicaron al comercio, eran terratenientes y al mismo tiempo militares. Casi todos ocuparon cargos importantes en el Cabildo. Recordemos que no cualquiera podía aspirar a ser cabildante ya que se necesitaba ser propietario y pertenecer a una familia principal.
En el siglo XIX la actividad comercial daba mucho prestigio, tanto que al decir de D. Florencio Sal en sus memorias escritas en 1913: “Entre los títulos de vanidad social de nuestros abuelos se contaba la de ser dueño o dependiente de tienda, que era una de las ocupaciones distinguidas. Los jóvenes, cerrado el negocio, salían a la calle ostentando su profesión con el girar de la llave nobiliaria entre los dedos con aire de orgullo y empaque de normalista”.
Vinieron ya con algún patrimonio, el que acrecentaron en nuestras tierras con sus actividades y también por sus casamientos con mujeres que generalmente tenían dote. De estos matrimonios resultó una buena descendencia ya que, entre las mujeres renombradas en el siglo XIX por su belleza, la mayoría es fruto de dichas uniones. Don Florencio Sal cita a Dolores y Restituta Silva Zavaleta, Rosario Arozena, etc. además de ser las más cultas de la ciudad.
Es legendaria la belleza y el patriotismo de Lucía Aráoz Alurralde, también llamada “La rubia de la Patria”. Ella y su prima Dorotea Terán Alurralde integraron el elenco fundador de la Sociedad de Beneficencia de Tucumán, siendo esta última su primera presidente. Lucía era casada con el General Javier López Iturrioz, también descendiente de vascos
Dieron ejemplo de valentía, como Da. Catalina Aráoz que fue azotada por no ser adicta a la tiranía de Rosas y negarse por lo tanto a llevar el distintivo punzó.
El retrato más antiguo de cuerpo entero que se conserva en la provincia es el del vasco D. Pedro Antonio de Zavalía y Andía, nacido en la Villa de Abando, Vizcaya. Lo mandó, después de desposarse por poder en San Miguel de Tucumán, a su esposa a la que aún no conocía, en abril de 1787 desde la Villa Imperial de Potosí en donde era colector de caudales del rey.
Tucumán fue la primera provincia de la República que acudió en defensa de Buenos Aires cuando esta fue invadida por los ingleses en el año 1806 y lo hizo al mando del comandante José Ignacio Garmendia, nacido en Vizcaya, al frente de la Compañía de voluntarios tucumanos, los gastos corrieron por su cuenta personal.
Los vascos franceses empezaron a llegar a principios del siglo XIX, tal vez atraídos por la semejanza de su paisaje con los Pirineos Atlánticos y en general se casaron con mujeres tucumanas descendientes de conquistadores y primeros pobladores.
Posteriormente llegaron numerosos descendientes de vascos cuyos padres se habían radicado primero en las vecinas provincias de Santiago del Estero, Salta y Catamarca y también de otras como La Rioja, Jujuy y Santa Fe. Seguramente su actividad comercial los llevó a conocer Tucumán en donde se enamoraban no solo de sus mujeres sino también de las bellezas naturales de la provincia.
Los viajes evidentemente aumentaban el prestigio, citamos nuevamente a D. Florencio Sal: “La admiración a la que se creían acreedores cuando contaban en su haber y referían la proeza de un viaje a Buenos Aires, al frente de tropas de carretas, en compra y venta de mercaderías. El viaje no exento de peligros, duraba seis meses entre ida y vuelta, y el regreso se anunciaba desde lejos con marciales y alegres toques de clarín; y constituía un acontecimiento comentado año tras año por las familias de los expedicionarios y por los interesados en los cargamentos”.
Ejemplo de lo arriesgado de los viajes de aquella época es que muchas personas, antes de emprenderlos, dictaban su testamento. Tal el caso del Gral. D. Antonio de Alurralde que “el 31-12-1701, próximo a partir con sus carretas a la ciudad de Santa Fe, se presentó ante el Alcalde Ordinario de 1er. Voto el Cap. Claudio de Medina y Montalvo, y en virtud del poder otorgado por su difunta esposa Da. Ana María García de Valdés, dictó su Testamento declarando:…”(2).
La batalla de Tucumán librada el 24-9-1812, importantísima para la independencia de nuestro país, se ganó con la decidida participación de la familia Aráoz cuyo antepasado el Capitán Asencio de Lizarralde y Aráoz, provenía de Oñate, Guipúzcoa.
Don Bernabé Aráoz con sus parientes Diego, Cayetano y el sacerdote Pedro Miguel, no solo pusieron a disposición del Gral. Belgrano sus bienes personales sino que también fueron los que congregaron a los vecinos para que apoyasen al ejército a dar la batalla decisiva y evitar que siguieran avanzando las tropas españolas hacia el interior de las Provincias Unidas del Río de la Plata (como se llamaba en esa época la República Argentina), a pesar de las órdenes de retroceder sin dar batalla que se habían enviado desde el gobierno de Buenos Aires.
En el Congreso de las Provincias Unidas que se realizó en Tucumán en el año 1816 y declaró formalmente nuestra “independencia de España y de toda dominación extranjera” el 9 de julio de dicho año, la familia Aráoz también tuvo un protagonismo central ya que uno de los dos representantes de nuestra provincia fue el sacerdote D. Pedro Miguel Aráoz y su gobernador era D. Bernabé Aráoz, quién facilitó varios de los muebles que se usaron, además de encarar y solucionar todos los problemas que significaba el funcionamiento de dicho Congreso debido a las difíciles circunstancias económicas de la época por la guerra sostenida con España.
Fueron protagonistas en nuestras luchas internas, la más notoria fue entre el General Javier López Iturrioz y Don Bernabé Aráoz en los años 20 del siglo XIX, rivalidad que se llegó a comparar con Montescos y Capuletos
El autor del libro “Bases y puntos de partida para la organización de la República Argentina”, que sirvió de guía para la redacción de nuestra Constitución Nacional de 1853, fue el abogado tucumano Juan Bautista Alberdi, hijo de D. Salvador Alberdi y Egaña que había nacido en el Señorío de Vizcaya y llegó a Tucumán en la segunda mitad del siglo XVIII en donde se casó con la tucumana Da. Josefa Rosa de Aráoz y Balderrama, también con antepasados vascos y descendiente de conquistadores y primeros pobladores.
Muchas calles de nuestra provincia llevan el nombre de vascos ilustres que vivieron y lucharon en y por ella.
Como dato anecdótico recuerdo la historia de la “Monja Alférez” en el Tucumán de principios del S. XVII. Se llamaba Catalina de Erauso, se había escapado de un convento en Guipúzcoa y se embarcó para América disfrazada de varón. Tuvo una vida muy interesante y aventurera. Se calcula que vivió en San Miguel de Tucumán alrededor de 1615.
Más de tres millones de personas en la Argentina, aproximadamente el 10 % de sus habitantes, tienen algún antepasado vasco, aunque creo que en la provincia de Tucumán el promedio es bastante más alto.
En mi caso particular tengo muchísimos antepasados provenientes del país vasco español, tanto por parte materna como paterna y el ancestro europeo más cercano fue mi bisabuelo, Máximo Etchecopar, que vino en 1854 de Saint Palais, en el país vasco francés. Llegó a Tucumán a los 13 años. Aquí lo esperaba su hermano Evaristo, 20 años mayor y a quién no conocía, que se había dedicado a la industria azucarera fundando en Tucumán el Ingenio azucarero La Banda en el año 1846.
Todos mis tatarabuelos descendían de vascos, menos el dinamarqués Hans Heller pero su mujer era Corina Palacio cuyos antepasados provenían de San Juan de Molinar, en Vizcaya. Para reforzar mi descendencia estoy casada desde hace 39 años con Horacio Ibarreche, pariente del Lehendakari del país vasco D. Juan José Ibarretxe el que vino a Tucumán en marzo de 2006 a visitar a su familia tucumana, con él y su esposa Begonia pasamos gratísimos momentos.
Como hemos visto tuvieron una muy destacada actuación participando como protagonistas en casi todos los episodios importantes de nuestra provincia

Notas
(1)San Miguel de Tucumán estuvo durante 120 años en el sitio de Ibatín y luego se mudó en 1685 al actual emplazamiento en el lugar que en ese entonces se denominaba “La Toma”. El traslado se debió a varias razones, una de ellas y tal vez la más importante, era que el camino que conducía al Alto Perú ya no pasaba por la ciudad.
(2)COROMINAS, Jorge Alberto – Los vascos en la provincia de Tucumán – Fundación Vasco Argentina Juan de Garay.

BIBLIOGRAFÍA
Autores Varios - Pueblos vascos – Raíces míticas, aventura universal – Ed. Edicial -Buenos Aires – Argentina
COROMINAS, Jorge – CLESSI, María del Carmen – AVELLANEDA de IBARRECHE, Celia - Autoridades del Cabildo, Justicia y Regimiento – Épocas Colonial e Independiente: años 1680-1824 - Boletín Nº 3 de Tucumán – 2003
COROMINAS, Jorge Alberto - Los vascos en la provincia de Tucumán publicado en el libro: Asentamientos vascos en el período hispánico en los siglos XVI al XIX. Selección del Tomo III - Los vascos en las provincias de Córdoba, Corrientes, Tucumán, Mendoza, San Juan y San Luis – Editado por la Fundación Vasco Argentina Juan de Garay
PIOSSEK PREBISCH, Teresa - Poblar un Pueblo – El comienzo del poblamiento de Argentina en 1550 – Ed. de la autora
LIZONDO BORDA, Manuel – Introducción y comentarios de - Documentos Coloniales – Relativos a San Miguel de Tucumán y a la gobernación de Tucumán – Siglo XVI – Serie I – Vol. I – Imprenta López – Buenos Aires – Argentina – 1936
MURGA, Ventura y PÁEZ de la TORRE, Carlos (h) - San Miguel de Tucumán: las calles y sus nombres – Editado por el diario La Gaceta - Tucumán – 1981
PAEZ de la TORRE, Carlos (h) – Historia de Tucumán – Editorial Plus Ultra – Buenos Aires - 1987
SAL, Florencio. Lo que era la ciudad de Tucumán ochenta años atrás. Recogidas por el Dr. José Ignacio Aráoz y escritas en 1913.
TERÁN, Justino. Guía Genealógica en el Milenium. Editorial Armerías. Buenos Aires - 2008

*El presente trabajo fue publicado en el Boletín Electrónico Nº 91 (enero-marzo de 2009)de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas. Puede consultarse en: http://www.genealogia.or.cr/publicaciones/boletines/boletin091.html
** Miembro de Número del Centro de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Tucumán.

martes, 11 de mayo de 2010

Juan Bautista Alberdi. Apuntes genealógicos en vísperas del bicentenario de su nacimiento


Por Manuel García Fernández *

Sus Padres

Juan Bautista Alberdi nació en la ciudad de Tucumán el 29 de agosto de 1810, hijo de don Salvador de Alberdi Egaña y de doña Josefa Rosa de Aráoz y Balderrama. Como bien ha señalado el genealogista Ventura Murga(1), su madre murió siete meses después del parto y no durante el mismo, como se malinterpretó muchas veces.
Su padre el vizcaíno Salvador Alberdi, moriría en 1822 luego de haber sido un hombre destacado en tiempos de la colonia y la Revolución de Mayo.
¿Pero quiénes eran los procreadores del ilustre jurista y cuáles eran sus orígenes?
De don Salvador Alberdi sabemos por su propio hijo que era oriundo de Vizcaya, tierra vasca de ancestrales fueros y libertades, lo que influyó definitivamente para que este vascuence radicado en El Plata promoviera la lectura de Rousseau y fuera uno de los principales adherentes a la causa de Mayo, como ya dijimos.
Tal vez en esta oportunidad prefiramos detenernos un poco más en la genealogía materna, ya que como veremos, doña Josefa de Aráoz va a estar profundamente enraizada a nuestra tierra por descender de los primeros conquistadores fusionados con los hijos de las márgenes sureñas del Tawantinsuyu o imperio inca.

Los Aráoz Balderrama

Los Aráoz son oriundos de Oñate, pueblo radicado en Guipuzcoa, provincia de Euskal Herria o País Vasco. En realidad el antepasado que llegó primero firmaba Lizarralde y Aráoz, y las distintas mutaciones y recortes que sufrirá este apellido se debe a la usanza de la época.
El capitán Asencio de Lizarralde y Aráoz llegó a estas tierras en la primera mitad del siglo XVII estableciéndose primero en La Rioja. Contrajo matrimonio con doña Damiana Bazán de Pedraza quien era tataranieta del conquistador Juan Gregorio Bazán. Su hijo Juan Nicolás de Aráoz y Bazán nació hacia 1650, y de La Rioja pasó a Santiago del Estero casándose allí con doña Claudia Núñez de Ávila.
Al morir radicado en Tucumán dejó seis hijos. Entre ellos nos interesa especialmente don Diego de Aráoz y Núñez de Ávila quien se casó en Santiago del Estero con doña Josefa de Paz y Figueroa, prima hermana de doña María Antonia de Paz y Figueroa, la famosa “Beata Antula”. De este matrimonio nació don Javier de Aráoz -Paz y Figueroa quien al casarse con doña Petrona de Valderrama engendraría con ella a la madre de nuestro genealogiado. De este matrimonio, además de Josefa, nacerían don Diego y don José Gregorio Aráoz Valderrama. Diego tendría descendencia a través de su única hija doña Lucía Aráoz casada con Javier López gobernador de Tucumán, quien gestionó la primera beca del joven Alberdi en Buenos Aires, y José Gregorio dejaría descendencia al casarse con doña Josefa Fernández de Moure y Villafañe. Por los mencionados Paz y Figueroa, Alberdi desciende entre otros del fundador de Tucumán Diego de Villarroel y de don Jerónimo Luis de Cabrera hacedor de Córdoba, dos de los tantos hombres de la entrada y conquista del Tucumán antiguo que precedieron en sangre a nuestro genial Juan Bautista.

San Ignacio de Loyola

Siempre existió en la tradición oral de los Aráoz, la versión referida a que el fundador del clan don Asencio de Lizarralde y Aráoz era sobrino bisnieto de San Ignacio de Loyola.
El mismo Juan Bautista Alberdi llegará a consultar a su primo hermano don Miguel Moisés Aráoz obispo de Berissa sobre el mencionado parentesco.
Hay que destacar que este testimonio demuestra la calidad de precursor de Alberdi en la ciencia genealógica argentina y del orgullo que sentía por llevar la sangre hidalga de la casa de Aráoz.

Los García Alberdi

En la actualidad la sangre paterna del prócer continúa en los descendientes de su hermana doña Tránsito Alberdi Aráoz casada con don Ildefonso García. De los tres hijos de éstos, llamados Federico, Josefa y Julia García Alberdi, van a descender en la actualidad los García Alberdi radicados en su mayoría en la cuidad de San Nicolás de los Arroyos provincia de Buenos Aires. En Tucumán, del casamiento entre doña Julia García Alberdi y don Francisco Colombres Alurralde va a surgir una nutrida descendencia, al igual que del enlace entre doña Josefa García Alberdi y don Remigio Colombres Alurralde, de estos últimos descendía entre otros el doctor Carlos Luque Colombres, gran historiador y genealogista argentino, según nos informa don Ventura Murga.

Su Entorno Familiar

Alberdi se crió en un extendido grupo familiar que se conformó de tíos, primos y sobrinos de una destacadísima actuación en la gesta revolucionaria de Mayo y en la posterior consolidación institucional del país. Entre ellos quiero destacar al general Gregorio Aráoz de La Madrid, al general Eustaquio Díaz Vélez y Aráoz, al presbítero Pedro Miguel Aráoz congresal de Tucumán. Asimismo era tío del doctor Benjamín Aráoz, gobernador de Tucumán y de sus hermanos los destacados Aráoz Ormaechea.
No me quiero olvidar de doña Carmen Aráoz Sal de Ezcurra, quien al día de la fecha es guardiana y difusora de esta histórica familia.
Su tío, el Dr. Juan Bautista Paz (y Figueroa) fue un distinguido hombre público de la generación de Mayo y padre del Dr. Marcos Paz, vicepresidente de la Nación y de doña Agustina Paz, madre del ilustre Julio Argentino Roca.
Su prima hermana doña Lucía Aráoz Alurralde se casaría con el general Javier López, quien para los Aráoz de la época mandó a fusilar al tío de doña Lucía, don Bernabé Aráoz, produciéndose así una verdadera saga entre capuletos y montescos digna de Shakespeare. Dicen que el casamiento entre doña Lucía Aráoz y López fue para apaciguar el odio entre los dos clanes.
Por su antepasada doña Josefa de Paz y Figueroa, dama de distinguida cuna santiagueña, el autor de Las Bases va a emparentarse con importantes familias de la vecina “Madre de Ciudades” como ser los Taboada, los Salvatierra y los Ibarra.

Descendencia de Los Alberdi-Aráoz y los Aráoz Valderrama en la actualidad

Según el diccionario, la palabra pariente se refiere a cada uno de los ascendientes, descendientes y colaterales de una misma familia, ya sea por consanguinidad o afinidad.
Para finalizar nombramos algunas de las familias que hoy en día descienden colateralmente del prócer como ser:
Aráoz-Moure, Aráoz Moure-Ormaechea Saravia, Aráoz Ormaechea-Reto Roca, Aráoz–Sal, Ezcurra-Aráoz, López Iturrios-Aráoz Alurralde, López-Paz Terán, López del Sar, López de Zavalía, Avellaneda-López de Zavalía, López Pondal, López Pondal-Viaña, García-López Paz, Juárez Aráoz-García, Juárez Aráoz-Martínez, García Fernández y Juárez Aráoz, Cornejo Figueroa-Juárez Aráoz, Juárez Aráoz-O’donell, García-del Solar Dorrego, Romero-López, Romero Carraza, Estrada- Romero Carranza, López Aráoz-Mañán Romero, Terán-López Mañán; García Alberdi-Sánchez, Colombres Alurralde-García Alberdi, Colombres García Alberdi-Colombres Ruiz Huidobro, Colombres Colombres-Sosa Mendía, Colombres Colombres- Belascuain Lobo, Colombres-Aignasse, y Luque-Colombres Lacavera, entre otras.

La gran familia de Alberdi

Literalmente se emparienta con don Juan Bautista todo el conjunto popular criollo, fruto de la fusión que se dio entre los naturales de América y España, pueblo profundo y luchador que habita nuestras ciudades, campos, montañas y montes. Solo del fundador Cabrera su antepasado, se calcula descienden entre dos o tres millones de argentinos, estimación que se la debemos al genealogista don Ignacio Tejerina Carreras.
Siguiendo la definición que dimos sobre parentesco, podemos decir que Juan Bautista Alberdi es padre y pariente por afinidad de todos los argentinos que descienden de su sano y justo pensamiento, plasmado en la carta magna de la gran Nación Argentina.

*Abogado (UNT). Miembro adherente del Centro de Estudios Genealógicos de Tucumán. Diplomando en Genealogía y Heráldica (Universidad de San Pablo-T. Tucumán). Miembro del Ateneo del Barco y Nuevo Maestrazgo de Santiago. En ocasión del homenaje tributado al gran abogado tucumano el 2 de diciembre de 2009 se leyeron las líneas anteriores frente al túmulo que guarda sus restos en la Casa de Gobierno.
(1)El presente trabajo se realizó tomando como fuentes a los genealogistas Ventura Murga, Jorge Corominas y Carlos Páez de la Torre (h). Además se consultó la obra de Carlos Calvo y copia de documentos genealógicos familiares en poder del autor.
Agradezco especialmente a mi profesor de la Diplomatura en Genealogía y Heráldica, don Justino Terán Molina y a mis compañeros diplomandos don Federico Colombres Orpheé, don Rodolfo Leandro Plaza Navamuel y a don Marcelo Gershani Oviedo por los valiosos aportes realizados.

lunes, 10 de mayo de 2010

La memoria genealógica como patrimonio de consolidación social. Vínculos parentales de la elite dirigente catamarqueña (1810-1910)

Marcelo Gershani Oviedo*

1. Palabras iniciales

Esta comunicación se desprende de una investigación mayor referida a la conformación del patriciado y de la elite en Catamarca (Argentina), cuyo marco cronológico se encuentra comprendido entre 1683, cuando se funda la ciudad de San Fernando de Catamarca, y las tres primeras décadas del pasado siglo XX.
En esta ocasión, pretendemos demostrar la importancia de la memoria genealógica como elemento de consolidación de la elite que rigió los destinos políticos de Catamarca entre la Revolución de Mayo (1810) y el Centenario de ese acontecimiento (1910).
Habían transcurrido más de tres décadas desde la Revolución de Mayo, cuando el miércoles 14 de agosto de 1844, Wenceslao Correa y Herrera, vecino del Valle Viejo(1), se presentó ante la autoridad eclesiástica para iniciar la información que le permitiría contraer matrimonio con Matilde Sosa y Valles.
En el acta que se labró, Correa manifestó que era pariente de su novia por "…estar ligadas todas las familias de la clase de mi pretendida con igual o más inmediato parentesco por descender de unos cuantos hombres primeros fundadores...”(2).
Wenceslao Correa, sin duda, conocía lo que afirmaba. Su tatarabuelo, el español José Ramón Correa de Silva, había participado de la fundación de San Fernando, en el Valle de Catamarca, en 1683 (Andrada de Bosch, 1983).
En cuanto a la ascendencia de su futura esposa, también la conocía perfectamente. Era nieta en el cuarto grado de Nicolás de Barros Sarmiento y de Domingo de Segura, que habían ocupado cargos en el primer cabildo de la ciudad.
Tenemos así que la memoria genealógica se manifiesta más de siglo y medio después de la fundación de la ciudad de Catamarca, cuando un descendiente de un vecino fundador explicitaba por escrito el sentido de pertenencia a un grupo social.

2. Marco teórico

El término “elite” es un vocablo que identifica a un conjunto reducido de personas que se destacan o sobresalen del resto de su comunidad. Es una minoría cualitativa y selecta que se destaca en el desarrollo de una actividad o función respecto al resto de la población. Desde el siglo XIX, el concepto de elite ha sido aplicado a los estratos sociales dominantes, los que, generalmente, tienen acceso a los más altos niveles del Estado o ejercen control sobre la estructura de clases del sistema social y lo manipulan en su beneficio (Sosa Miatello, Lorandi y Bunster, 1997; Cueto, 1998; Bertrand, 2000; Langue, 2000; de la Orden de Peracca, Gershani Oviedo, Roldán y Moreno, 2001; Herrera, 2007).
Dice Peter Waldmann (2007) que elite nunca fue un concepto neutro. Desde su creación, hacia fines del siglo XVIII, fue un concepto de fuerte carga política y emocional.
Los autores “realistas”, Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca y Robert Michels, defendieron la tesis de que, independientemente de la constitución formal de un país, en realidad siempre hay una minoría que tiene el poder y lo dirige.
A principios del siglo XIX ciertos círculos burgueses habían destacado que lo que faltaba era una elite de méritos y no una clase dirigente que legitimaba su posición privilegiada por razones de sangre o meritos militares de sus antepasados. Sin embargo, “los clásicos” insistieron en que la minoría que tiene las riendas del poder político en sus manos en cualquier sociedad debe su excelencia no sólo a capacidades y virtudes individuales, sino también a su procedencia social (Waldmann, 2007).
Por otro lado, se utilizará la noción de red social. Al respecto, dice Zacarías Moutoukias (2000) que "el interés por las redes sociales y los vínculos entre personas en los trabajos de historia es a la vez reciente y antiguo. Tomado de la antropología social de los años treinta, el análisis de redes fue utilizado en antropología, economía, sociología y más recientemente en historia".
Pérez García (2006) afirma por su parte que red social es un concepto “heredado de la Sociología y que sirve al historiador como herramienta de trabajo para reconstruir el conjunto de relaciones sociales que un individuo lleva a cabo a lo largo de su vida (…) los mencionados lazos y vínculos sociales están sustentados por la consanguinidad, el clientelismo, el parentesco ficticio, la alianza y la amistad”.
Una red familiar se articula a partir de un apellido. La familia nuclear del pariente mayor de dicho apellido es la célula a la cual se agregan los parientes consanguíneos y políticos, sean de la misma rama, o ramas del mismo tronco o bien de otras familias (Falleti, 1997).
El estudio de las familias de elite se ha realizado, además, a partir de la genealogía que nos ha permitido reconstruir linajes, analizar estrategias y alianzas, etc.
Elsa Andrada de Bosch (2004) afirmó que el objetivo fundamental de la genealogía “es el estudio de la familia y la determinación de filiaciones y alianzas”. Agregaba que ese estudio no se limita a las características individuales que en su mayor parte debe cada persona a la herencia, sino que se extiende al ambiente familiar y social con sus innegables influencias recíprocas y al momento histórico en que cada vida transcurrió.
La utilización de genealogías sociales nos permitió establecer las filiaciones y las relaciones parentales entre los integrantes del grupo social que estudiamos en el marco cronológico de un siglo. Los vínculos intragrupales establecidos formaron parte de un patrimonio casi exclusivo de ciertos estamentos sociales que muestran continuidades seculares.
Recalcamos la importancia de la inscripción de los grupos familiares en la larga duración (las tres generaciones de una familia), y el interés que cobran las "genealogías sociales" junto a la prosopografía para evaluar el funcionamiento de las solidaridades en el tiempo. Las genealogías sociales se presentan sobre todo como "uno de los fundamentos de la historia social, comparativa y cuantitativa" (Langue, 2000).
Tomamos un aspecto poco trabajado de esas familias y grupos: la memoria genealógica. La entendemos como una estrategia de construcción y de reproducción, y al mismo tiempo como un patrimonio familiar identitario y social, que se convierte en capital simbólico. Se tiene memoria del abolengo, como larga lista de antepasados, y de sus hechos político-militares, para sustentar y explicar los derroteros, evolución e historia de las familias, de los linajes, de los estamentos y de las peticiones de premios y mercedes reales en el tiempo colonial. Situación similar que también se vivió en los gobiernos republicanos.
Entendemos, y es uno de los objetivos de esta ponencia, que esa memoria genealógica forma parte del patrimonio, en primer lugar doméstico, privado y particular, de las familias; y luego del patrimonio de un grupo social más amplio.
Los vínculos intragrupales (parte también de ese patrimonio) establecidos por ciertos estamentos sociales, muestran continuidades seculares, advirtiéndose una consolidación social que benefició a sus integrantes.

3. Fuentes y Bibliografía

Es de destacar en primer lugar, que la mayor parte de la información genealógica utilizada en este trabajo corresponde a investigaciones llevadas a cabo desde hace varios años por el autor y que en gran medida se halla inédita (Gershani Oviedo, 2000, 2001, 2002a, 2002b, 2003, 2007, 2008, 2009, 2010).
El trabajo está basado en fuentes primarias y en un medido apoyo bibliográfico, ya que la especificidad del problema tratado y la particularidad de nuestro enfoque, no cuentan con antecedentes sino complementarios cuya utilidad hemos aprovechado oportunamente.
Las fuentes de las genealogías sociales son múltiples (eclesiásticas, demográficas, fiscales, militares, electorales, jurídicas etc.) y de todas ellas nos hemos servido: se utilizaron tanto listas nominativas (censos, padrones) como registros oficiales de hechos vitales, es decir los registros parroquiales (libros de bautismos, matrimonios, defunciones), que se encuentran en el Archivo Parroquial de la Catedral Basílica. Por otro lado se consultaron expedientes matrimoniales y libros parroquiales de Piedra Blanca, Ancasti y El Alto en el Archivo Diocesano del Obispado de Catamarca. Además, se indagó en protocolos y expedientes judiciales que se resguardan en el Archivo General de Indias, Archivo Nacional de Bolivia (Sucre) y Archivo General de la Nación y en los archivos históricos de Catamarca, Córdoba, Tucumán y Salta. El cruce de esta información nos permitió reconstruir las ascendencias de los grupos familiares vinculados al patriciado catamarqueño en el periodo pautado para su estudio.

4. Desde la fundación de la ciudad (1683) a Mayo (1810)

Desde la fundación de la ciudad de San Fernando hasta la época independiente, los cabildos estuvieron integrados por miembros de un sector dirigente conformado, en su mayoría, por descendientes de conquistadores y fundadores de ciudades. Eso lleva a Elsa Andrada de Bosch (2004) a afirmar que los cabildantes estuvieron vinculados, en muchos casos, por lazos de consanguinidad (parentesco sanguíneo) o afinidad (parentesco político).
Es lo que Félix Luna (1991) también plantea al decir que "en las ciudades del interior, desde la época colonial, los intereses políticos y económicos locales se expresaron muchas veces a través de determinadas familias, verdaderos clanes con sus patriarcas, sus activistas y sus clientelas".
Cuando en 1683, Fernando de Mendoza Mate de Luna eligió a los integrantes del primer cabildo de la ciudad de San Fernando de Catamarca, no sólo le estaba dando legalidad jurídica a la fundación que estaba concretando, sino que inauguraba un modo de ejercer el poder en Catamarca: los gobiernos de familia. Una realidad se imponía: casi la mitad de los integrantes de ese primer cabildo estaban emparentados entre ellos (Gershani Oviedo, 2009).
De esta manera, el nepotismo, que Botana (1986) define como "una relación entre lo público y lo privado en virtud de la cual el control del gobierno dependía de los vínculos de parentesco que entre sí tejían determinadas familias", se convirtió en una práctica presente en la historia política catamarqueña desde el periodo colonial. Esas redes familiares, en la mayoría de los casos, habían heredado importante capital material y simbólico de la época colonial, y lograron insertarse en el siglo XIX en la actividad pública.
En ese contexto, Cristina López (2003) afirma que el elemento más destacado para la pervivencia de estas redes estuvo constituido por las alianzas matrimoniales y la construcción de la memoria genealógica familiar. Esto permitía la reproducción biológica y social del grupo y la preservación del patrimonio familiar, situación que se convirtió en el sustrato de la legitimación ideológica que justificaba el dominio sobre el resto de la población. A ello se sumaron las relaciones personales de paisanaje, afinidad y clientelismo.
Esta realidad nepótica pervivió en todos los planteles de los cabildos desde la fundación de la ciudad hasta las primeras décadas del siglo XIX: los capitulares estaban emparentados entre ellos, formando intrincadas redes familiares.
Junto a las herencias y patrimonios materiales de las familias de este grupo social enraizado en la historia catamarqueña colonial, no debemos descuidar otro tipo de herencia inmaterial, de patrimonio intangible: los antepasados y sus méritos.
La consolidación social de un español (conquistador, fundador, poblador) estaba ligada muy fuertemente a los méritos propios en el proceso de la conquista, pero también a los de antepasados con los cuales le unía el parentesco por consaguinidad o afinidad.
La obtención de mercedes de tierras y de encomiendas de indios requería la calidad de beneméritos de la conquista, por acciones propias o de los antecesores; las alianzas matrimoniales otorgaban un plus a la dote de la mujer, que eran los méritos de sus antepasados que se unían a los del marido.
La consolidación de un status social venía ligado entonces al abolengo, a la larga lista de abuelos/antepasados y sus acciones (muchas de ellas guerreras), de los cuales se tenía recuerdo, memoria: esa memoria genealógica puede verse en las probanzas de méritos y memoriales levantados para obtener gracias del monarca.
A mediados del siglo XVIII, podemos acercarnos a la visión que se tenía del patriciado en el valle de Catamarca, a partir de una fuente emanada de las autoridades civil y eclesiástica lugareña, la Información Jurídica sobre la Historia de Nuestra Señora del Valle(3). Advertimos que de los 50 testigos que brindaron su testimonio en dicha Información, 16 fueron reconocidos por las autoridades como “hijos y descendientes de los primeros conquistadores y pobladores de esta ciudad y provincia”(4); “sujeto a quien ha ocupado esta ciudad en los principales oficios políticos y militares”(5).
De acuerdo a nuestras investigaciones, estamos en condiciones de establecer la vinculación y pertenencia al patriciado catamarqueño de, por lo menos, otros 14 testigos que se presentaron en 1764 y que no fueron reconocidos con esa situación especial(6).

5. La memoria genealógica durante una centuria (1810-1910)

Para la época de la creación del Virreinato del Río de la Plata solamente el 16% de la población total de la ciudad de Catamarca, era blanca. Sin embargo, dentro de ese porcentaje se encontraba una minoría que gobernaba, "manejaba el poder económico derivado de explotaciones agropecuarias que tenían origen en las mercedes y encomiendas conferidas a sus antepasados y también monopolizaban el prestigio social. Era el patriciado de la tierra..." (Bazán, 1995).
Y será esta minoría la que regirá los destinos de Catamarca hasta iniciado el siglo XIX, cuando los sucesos de mayo de 1810 ocurridos en Buenos Aires, alteraron la normal administración de la cosa pública por parte de nativos españoles y de criollos vinculados a la Corona.
En los primeros años de la Revolución se advierte el predominio en la cosa pública de los descendientes de los antiguos conquistadores y colonizadores del Tucumán. Los integrantes del cabildo catamarqueño surgieron siempre de esa minoría oligárquica. Cuando analizamos las actas capitulares de la época, donde figuran los miembros de la "parte principal y más sana del vecindario", notamos enseguida que son los mismos apellidos presentes en la historia del Tucumán colonial, muchos de los cuales todavía se conservan en nuestra sociedad: Herrera, Cubas, Castro, Segura, Olmos de Aguilera, Soria, Ahumada, Salas, de la Vega, Vera, Guzmán, Barrionuevo, Correa, entre otros.
Las familias dominantes formaron y crearon a través de los matrimonios entre sí extensos grupos de parentesco, lo que no significaba que no se generaran bandos rivales. Cada una de estas familias trataba de colocar a uno o más miembros en las altas esferas de poder (Lockhart, 1990).
Las nuevas autoridades surgidas en Mayo de 1810 en Buenos Aires invitaron a los pueblos del Interior a participar de las primeras deliberaciones. Esta invitación solicitaba a los cabildos la elección de un diputado. Se observa claramente que la representación es entregada a la ciudad de la tradición hispanocolonial, y dentro de ella a la "parte principal y más sana del vecindario" (Goldman, 1998).
Cuando en Catamarca se tuvo que elegir el diputado, esa parte principal y sana eligió a Francisco de Acuña, pero impedimentos legales imposibilitaron su juramento como diputado, pues no reunía los requisitos de ser americano de nacimiento y no tener empleo rentado por la Corona. Se hizo necesario, entonces, el llamado a un nuevo Cabildo Abierto para el 31 de agosto del mismo año, donde se consagró como representante por Catamarca el vecino José Antonio Olmos de Aguilera, luego de una reñida elección en la que superó por sólo ocho votos a uno de los hijos de Francisco de Acuña (Olmos, 1957; Bazán, 1996). Notamos que, a pocos meses de Mayo de 1810, los intereses de las redes familiares continúan vigentes en el seno de la clase gobernante.
El estudio de los parentescos existentes entre los miembros de los cabildos que se sucedieron luego de Mayo 1810, demuestra que esa fractura que significó la Revolución, no impidió que los mismos grupos familiares que detentaban el poder, hayan continuado aportando elemento humano para ocupar espacios significativos en la centuria siguiente (Gershani Oviedo, 2009).
En el análisis del período republicano, desde 1810 hasta 1910, observamos que se encontraban vinculados por lazos de parentesco con el patriciado criollo lugareño tanto los sucesivos gobernadores, como los que integraron la asamblea que declaró la autonomía provincial en 1821, o la legislatura provincial, las asambleas constituyentes, como así también el tribunal de justicia.
Advertimos que ahora es el apellido el que capitaliza todo, ya que se concentra en las personas que portan esos apellidos los méritos acumulados no sólo de la época hispánica, sino además de la republicana. La participación en las guerras de la independencia y civiles serán méritos nuevos, valederos, y consolidarán viejos blasones de familias y linajes coloniales.
Esto lo lleva a Félix Luna (1991) a afirmar que familias tradicionales orgullosas de su linaje y conscientes de las contribuciones que habían hecho a las guerras de la Independencia y las civiles, y que ahora se encontraban empobrecidas, consideraban un legitimo derecho a tomar el poder por cualquier medio, aferrarse a él, distribuirlo entre su clientela, asegurar sus resortes y disfrutarlo el mayor tiempo posible.
Si bien la prédica igualitaria de la Revolución de Mayo barrió con los privilegios monárquicos, el poder siguió siendo detentado por la parte más sana y principal, conocedora de su genealogía. El transcurso de casi dos siglos y medio desde la fundación, no lograrían borrar la memoria genealógica. Si bien para levantar información matrimonial se necesitaba conocer en detalle los grados de parentesco, esto es, saber a qué familia, linaje, y en definitiva, grupo social, se pertenecía por herencia, notamos el detalle con que se refleja en los documentos el conocimiento que de esa situación tenían los interesados(7).
Hasta qué punto las alianzas producidas por las uniones matrimoniales de antiguas familias con nuevos miembros de la sociedad significaba un espaldarazo para participar del poder, se observa en un ejemplo claro: si bien el elenco de gobernadores de Catamarca que ocuparon el poder entre la designación del primer gobernador luego de declarada la Autonomía (1821) hasta el Centenario de Mayo (Olmos, 1967; Bazán, 1996) se caracterizaba por descender, en su gran mayoría, del patriciado criollo, ubicamos el caso de José Silvano Daza, que asumió el gobierno de Catamarca en 1885. Daza figura registrado como negro en su partida matrimonial (Azurmendi de Blanco, 1997) y por líneas sanguíneas no se emparentaba con el grupo social que estudiamos. Sin embargo, un oportuno casamiento con Carmen de la Vega y Avellaneda, lo posicionó en el seno del patriciado(8), pues el matrimonio resultaba ser una de las vías más efectivas de acceso al mismo (Gershani Oviedo, 2009a).
Otro ejemplo de haber recibido por parte de sus antepasados una herencia significativa lo tenemos en el gobernador Julio Herrera, que logró capitalizar en su persona el prestigio heredado de sus antepasados, algunos de los cuales pertenecieron al grupo de los 54 vecinos que rubricaron el Acta de la Autonomía, en 1821. Entre los firmantes figuraban su abuelo Andrés de Herrera, sus tíos abuelos Gregorio y Pedro José Segura y Marcos José González, y su tío abuelo político Nicolás de Avellaneda y Tula, entre otros parientes (Gershani Oviedo, 2003).
La continuidad genealógica entre los vecinos fundadores de 1683 y los grupos que ejercieron el poder en Catamarca hasta la primera década del siglo XX queda manifiesta. Esta realidad indica que los integrantes de la elite dirigente que administró la cosa pública desde la fundación de Catamarca (1683), pasando por la Revolución de Mayo (1810), hasta el Centenario (1910), pertenecían al patriciado criollo, cuya célula inicial fue, a nuestro criterio, el plantel del primer cabildo, establecido por el fundador de la ciudad (Gershani Oviedo, 2009a).
Es de destacar que pocos años antes del Centenario, en 1906, un miembro de la elite que estudiamos, Manuel Soria, publicó un “nobiliario” compuesto por aquellas familias “que han servido durante varias generaciones a su patria” y a las que al autor, por esta condición, las caracteriza como “nobles”. Resulta interesante que Manuel Soria, que era descendiente directo de Juan de Soria Medrano, que ocupó cargo en el primer cabildo de San Fernando de Catamarca, en el siglo XVII, se propone a principios del siglo XX, recuperar la memoria genealógica de la “nobleza” catamarqueña, grupo al que pertenece su propia familia, los Soria Medrano(9).
Vemos otro ejemplo del interés de estas familias, entre fines del siglo XIX y principios del XX, por mantener la memoria genealógica sirviéndose de eruditos que escribieron opúsculos sobre sus historias familiares, tal como el folleto que el padre Antonio Larrouy escribe sobre los Herrera. En las primeras décadas del siglo XX, la familia Herrera recupera su genealogía gracias a la pluma de un prestigioso historiador. Se observa el interés de Julio Herrera, que había sido gobernador, legislador nacional y presidente de la Corte de Justicia de Catamarca, por el conocimiento de su historia familiar (Gershani Oviedo, 2009b).

6. Palabras finales

Tenemos entonces que desde la fundación de la ciudad de Catamarca la clase patricia dominó los espacios en el cabildo local. La elite dirigente, que manejó la cosa pública entre la fundación de la ciudad de Catamarca (1683) y la Revolución (1810), pertenecía al patriciado criollo lugareño y, en una actitud de apertura y a través del matrimonio, se incorporaron al grupo, en la segunda mitad del siglo XVIII, unos pocos comerciantes peninsulares, algunos de los cuales lograron amasar considerables fortunas.
Es de destacar que estos grupos familiares, que en la mayoría de los casos hunden sus raíces genealógicas en la fundación de la ciudad de San Fernando de Catamarca, han aportado varios gobernadores a la provincia, en el transcurso de los siglos XIX y XX, y hasta un presidente de la Nación, Nicolás Avellaneda, nieto del primer gobernador de Catamarca, Nicolás de Avellaneda y Tula, y sobrino nieto de Marcos José González, que participó del cabildo abierto de agosto de 1821, que declaró la Autonomía de la Provincia.
Quienes detentaban la actividad económica y el prestigio social perdurarán de manera personal o familiar en el poder político de nuestra provincia, formando intrincadas redes de parentescos consanguíneos o afines. En diferentes épocas (colonial, nacional o independiente) e instituciones (cabildo, legislatura, gobernación, congreso constituyente, convenciones constituyentes reformadoras), con distinto marco político (guerra civil, coaliciones, ligas) y jurisdiccional (provincial, regional o nacional) los grupos familiares de los Herrera, Navarro, Segura, Cubas, Acuña, entre otros, manejaron la cosa pública y los hilos del poder, en alianzas, o no, intra e inter familias.
Así como el gobierno y los puestos públicos eran cotos de algunas familias, patrimonio de la clase gobernante, así también la memoria genealógica era patrimonio de esas familias, que como las de la nobleza, al decir de Binayán (1999), eran quienes se preocupaban por cultivarla y mantenerla vigente
Al finalizar, coincidimos con el autor citado anteriormente cuando afirma que más allá de los vaivenes políticos vernáculos o mundiales, la familia es una entidad en sí misma, no divisible, proyectada desde el pasado, desarrollada en el presente (en cualquier momento que se elija) y proyectada otra vez hacia el futuro, que cultiva el recuerdo de un patrimonio heredado, una historia familiar, en síntesis, una memoria genealógica.

Notas

(1) A dos leguas de la ciudad de San Fernando de Catamarca.
(2) Archivo del Obispado de Catamarca (en adelante A.O.Ct.), Expedientes s/n, Informaciones matrimoniales, 1844 (el subrayado es nuestro).
(3) A.O.Ct. Información Jurídica sobre la Historia de Nuestra Señora del Valle (proyectada en 1761, y levantada en 1764) (en adelante I. J.)
(4)A.O.Ct., I. J., f. 24.
(5)A.O.Ct., I. J., f. 30.
(6)En casi todos los casos, esos mismos testigos identificados como descendientes de vecinos fundadores, conquistadores o pobladores, ocuparon cargos en el cabildo, lo que fortalece nuestra hipótesis de que quienes administraron el poder civil en Catamarca desde su fundación descendían del grupo fundador de la ciudad.
(7)Ya hicimos referencia al caso de Wenceslao Correa (A.O.Ct., Expedientes s/n, Informaciones matrimoniales, 1844). Un año antes de la Revolución de Mayo, en 1809, Mauricio Navarro y Segura inicia expediente para contraer matrimonio con Josefa Molina y Herrera, con quien se halla emparentado, ya que “todas las familias nobles y de honor se hallan emparentadas conmigo cuando no en este grado en otros más inmediatos, lo mismo que sucede con la pretendida por cuyo motivo puede quedar sin casarse” (A.O.Ct., Expedientes s/n, Informaciones matrimoniales, 1809). Un año después de la Revolución, en 1811, Bernabé Gómez y Espeche pretende casar con su pariente Francisca Antonia Molina y Barros, afirmando que “difícilmente podría casarme sin el beneficio de la dispensa, pues estoy emparentado con todas las familias nobles…” (A.O.Ct., Expedientes s/n, Informaciones matrimoniales, 1811, El Alto). Ellos fueron los padres del gobernador Crisanto Gómez, que accedió al poder en 1868.
(8)Resulta sugestivo comentar que el gobernador Daza era "franco y jovial con la plebe", pero "hermético, avinagrado y hosco con los primates de la alta sociedad, a quienes miraba con singular desconfianza" (Soria, 1996).
(9)En su “nobiliario”, Soria desarrolló la genealogía de medio centenar de familias (1906).

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* El presente trabajo fue publicado originalmente con el título "La memoria genealógica como patrimonio de consolidación social. Vínculos parentales de la elite dirigente catamarqueña entre la Revolución y el Centenario (1810-1910)" en CD del V CONGRESO INTERNACIONAL PATRIMONIO CULTURAL 200 AÑOS DE HISTORIA COMPARTIDA, Centro Cultural Canadá Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 6 al 8 de mayo de 2010.